martes, 15 de diciembre de 2009

Uno de estos días

La luz que pendía en el cenit del universo, ondulando de dimensión a dimensión y con cada nuevo vaivén, los matices que iluminaba en su rostro. En cada pliego, cada arruga, los seres que se escondían de la luz, que caminaban al acecho de las sombras. Los recuerdos subyacentes y el horror de las imágenes intermitentes. Algún golpe en la juventud y la sangre que se estancaba, la depresión de cada nueva partícula que no hallaba la salida.

Y cada tanto en los amaneceres aparecía el puente hacia el ocaso, la docena de horas que servían de viga. De sus oídos salía el retumbar primario de los tambores. Una vez más, la sangre que se agolpaba. Cada tanto la piel buscaba la cobija del firmamento. La fábrica del mismo agujereada, y los ojos buscando a través de ellos lo que yace más allá. Las correcciones del pájaro cantor de la mañana y el dolor pulsante de la mano que no descansa.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Catarsis

Bajo la luna estrellada, la mar roja que cubre los cielos y el reflejo en la cuchara. El hombre piensa. Y repite el proceso de manera mecánica, la luna, la mar, el reflejo, el pensamiento, y los dedos insistentes sobre el cuerpo. Y pende colgado de un hilo, ve a la ciudad inflamada y ecuestre con sus luces en el horizonte, se sobresalta porque lo ataca la máquina, ve en ella el movimiento de las ruedas que aplastan, no quiere quedar sometido entre sus dientes, pero si no mira atrás no puede saber dónde va. Un error de construcción, una falla fatal, el tráspies provocado por la inutilidad de los lazos, las manos temblorosas que nunca lo aprendieron. Nació con los zapatos en los pies, salió caitudo del vientre. Y sólo un remedo de ser lo ha podido sacar de su carril. El remedo de ser tomó su figura de entre las páginas, y se irguió de manera frágil ante el viento, tomó la forma de la repulsión. La felicidad verdadera se comparte, pero no es hasta que se la ha conseguido que se la puede dar. Porque si no toma el fantasma de la mujer, y lo saca de sus cabales. Y desnuda al niño, lo pueril, el seno materno negado al ser con el falo. La negación. Y no mirar atrás, nunca mirar atrás, plantarse bien la cabeza sobre los hombres, y mirar el cuello deshilvanarse, los giros rápidos e inequívocos que llaman a la vista. Que penden del hilo ajeno, que mueren al cerrar la tapa y que sólo muestran ojos enfrascados, frascos enroscados, el resplandeciente verde del formaldehído y el ojo que gira incesante, porque no puede ver hacia dentro, porque la cuarta dimensión desaparece dentro de sí, cuando la mente explota y el universo se dobla. Es demasiado, y el polvo que levantan los demás ha de bastar.

martes, 10 de noviembre de 2009

Reflejo invertido

La puerta se abrió lentamente, de entre la rendija apareció un vaso, suspendido a medio aire e invitándome a tomarlo. Su vidrio azulado no poseía ninguna calidad que apelara a mis sentidos. Regresé a ver la luvia cayendo a través de la ventana. El vaso cayó con un estruendo sobre el piso y en cada pedazo de vidrio extendido sobre la pulcra superficie podía ver mi reflejo. Una mujer solitaria, las piernas cruzadas sobre un sofá al lado de la ventana. El resto del cuarto se desdibujaba en mi memoria. Afuera cada gota que terminaba su vida contra mi ventana era un elíxir de neurotoxinas. Un morado perla que carcomía las entrañas de la ballena. Y el oleaje con las torres de agua que se elevaban al cielo. Un grito suspendido en el líquido amniótico y el presentimiento que eriza mi piel. El distinto tronar de los huesos del gato que se asoma a mi ventana. Su paso desangrante con el cual se derrite la piel, el hueso, el alma.

Aquella mañana me había referido a libros de causas perdidas pero no hallé ni la foto ni el espejo que buscaba . Estaba sola entre los renglones y cada nuevo milímetro de hoja me aplastaba un poco más. La fuerza sobrehumana que hacía de mis brazos los pilares de tu vida y que lentamente se hundieron en el ácido para sacarte de una miseria. Una cuna en el rincón del cuarto que no se mece en el viento, el que sopla mis lágrimas y levanta el pelo. Pero, nunca sabía lo que esperar de la ventana, ni la puerta, ni el vidrio, ni de mí, sólo buscaba en la blancura el consuelo de haberme escapado. Saber que no recuerdo nada porque nunca hubo nada que recordar.

jueves, 15 de octubre de 2009

Ojos

Los parpados se cernían levemente sobre la mirada, con paciencia el horizonte se deformaba en sus colores, los rojos del cielo, el verde de la planicie, y el arado multicolor que el campesino lleva a cuestas. Y llega el punto en el cual ya no conozco el pasado, y la montaña abraza los espacios con sus garras aterradoras, el horizonte se cierne sobre mí como si fuesen mis párpados. El astro ilumina el sendero y entre sus criaturas me siento levantado por los aires, las palabras atascadas en mi garganta sin poder salir. Y esta vez ya no soy yo, es el hombre de la barba, pequeño y colorado que jala tras de sí las evidencias de mi no existencia. Tal vez si soy yo, el hombre, simplemente ya no lo recuerdo, pero los haces de luz que despiden mis ojos son de una belleza inimaginable. 

La conjunción de ideas ya no existe, sólo queda una oscuridad, el vacío y de entre mis párpados entrecerrados las luces del amanecer.

sábado, 10 de octubre de 2009

Molde de manos

Entre sus dedos tomó la masilla, ésta se retorcía sin cesar, buscando cómo escapar de su carcelero. La colocaba en la palma de su mano y ésta se arrastraba hasta el borde buscando cómo lanzarse al infinito. Más abajo otra mano le esperaba, y cada nuevo desliz por la superficie acababa en el golpe seco contra la siguiente mano, lentamente se fue cansando, jadeando, dejando atrás pedacitos de sí. Empezó a descansar, con la luz fulgurante encima de él. Se había rendido y los dedos empezaron a tomarlo, reuniendolo en su antiguo ser. Aún entre las uñas de su captor quedaban pedacitos de él, rasgado y hendido. Atrofiado.

Y lo moldearon, como quién tomó la costilla e hicieron algo diferente de él; y el molde, no existía, era libre, pero eran labios, que el captor usaba para suplir los suyos. O tal vez, no suplían, sólo se apretaban contra otros, simulando una realidad lejana, y cuando se apartaban llenos de la saliva, ya no temblaban, creían estar dormidos. 

Y al final la masilla estaba viciada, distinta a quién creía ser, formado en esculturas abstractas y con pequeñas hendiduras formadas por herramientas. La masilla se miró al espejo, y no supo quién la miraba de vuelta.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Viejito Astuto

Se sentaba en el barandal como cuando tenía cinco años, los pies colgando un metro por encima del suelo. Se había encogido con el pasar del tiempo, eso o el mundo a su alrededor se había hecho grande, aún no lo decidía. El barandal era su residencia algunos días, la mayor parte del tiempo la pasaba dormitando en el armario, acurrucado entre periódicos viejos y el incienso privado de olor. Siempre que lograba asomar su cabeza arrugada y deforme a través de su puerta, profería graznidos y sonrisas de placer al ver a los niños jugar en su jardín. Los números circulaban constantemente en su cabeza y cada tanto pedía una galleta salada. Hoy estaba en el barandal, se dejó ir de espaldas dando un golpe hueco cuando impactó con el suelo.  Pequeñas risas lo acompañaban, había sido un viaje divertido. Se incorporó sobre una pierna y saltando de una baldoza en su jardín a otra lo recorrió en su totalidad, saltaba sobre una pierna, era su rayuela. Lentamente tras de él se formo una fila de pequeños niños alabándolo en el arte de la imitación. Finalmente llegaron al columpio, se montó sobre uno y encerrando su cabeza bajo uno de sus brazos empezó a dormitar; los niños se sentían decepcionados, al parecer el juego había terminado. Se fueron corriendo a buscar un nuevo juguete, casi todos excepto uno. Éste pequeño se sentó frente al anciano que aún dormitaba en el columpio. Repentinamente apareció un ojo por encima del brazo, que lo observaba fijamente, el niño sonrió y la cabeza se descobijó. Nuevamente remontó la superficie la cabeza del anciano, durante unos minutos se observaron fijamente en una sonrisa de complicidad, hasta que el anciano tomó al niño en sus brazos y envolviéndose en una llamarada dejaron atrás sólo cenizas.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Persefoné

Cada noche el amo lo ensillaba. Las esterlinas ataduras y el sol que arrastraba. A través de los maizales el asno Persefoné avanzaba casco tras casco. El lamento de su fortuna era un relincho y en el lienzo negro del universo relucía, se quemaba, estallaba. Dejaba atrás mares y montañas, luces oscuras en una alegre tonada. Cuando al fin todo acababa era tiempo de dormir; pan, agua y paja para el mártir. A dormir.

Cada mañana el asno lo ensillaba.

Botella vacía

Para ti.

Las sirenas cantan en las rocas mientras la lluvia inclemente aleja mi cuerpo flotante sobre la superficie del mar. Estoy hinchado, rígido, pero pensativo. Rigor mortis creo que le llaman. Aún no estoy allí. El cosquilleo en las sienes resecadas por tu sal; este mar es únicamente  mío. La sed que trae espasmos al corazón, ya no late, solo convulsiona. El sabor a hiel que con la marea se bate desde el profundo interior; el putrefacto aliento. Estoy perdido en este mar. Soy una botella sin mensaje, no tengo voz.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Aullido

La suma de todos sus miedos era igual a una calabaza. Habían salido caminando en sus manos, los paralelismos que provocaban sus irresponsables actos acrobáticos lograba que sus extremidades se elongaran, pero todo seguía funcionando como relojería. Por las noches todo era in the blu of the nait, las gargantas que transpiraban melodías febriles de campesinos y los bosques que se llenaban de gigantes adormecidos. El murciélago revoloteaba en la canasta de frutas, mientras éstas jalaban las cobijas por encima de sus cabezas entre descargas de emoción femenina. Cuando dormía, la mano aparecía sin falanges apartando el pelo de su cara. Y entre los albores la marcha resumía su paso, altos y bajos, gordos y flacos, oblongos y refractantes, todos al son de algún pájaro itinerante. Pronto llegaron al lugar donde el cielo se confundía con la tierra, donde las vastas extensiones de azul obnubilan el sentimiento. La arena bajo sus manos, fugándose entre los hoyuelos. Con una fogata que calentara sus pies, y los aullidos a la luna escondida, ven mi amor le lloran. Y de los leños partidos toman la sabia que derrama, se la untan en sus cuerpos y corren en círculos ondulando todo el cuerpo, frenesí grotesco de animal común. Lentamente sus cuerpos se tornan rojos, con los poros engrandecidos y las dentaduras quebradas. A la mañana siguiente son sólo chispas en un fuego y moscas que ascienden a los cielos.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Rumores de Sol

Los dedos que toman entre sí mis pies y los cabellos que se ofrecen a lavar mis impurezas. Está el sueño, donde el metal se afila contra la piedra, lentamente su rumor, y el gato que acecha en la maleza mientras bajo el árbol estoy yo. Las hojas de un color ocre profundo y la sangre que late incesante hasta estancarse alrededor de mis pómulos. El roce de la pluma que derrama su tinta sobre mi cara mientras intento evadir la luz tras el velo del leve plástico que lo presencia todo una y otra vez. El salto innegable hacia el infinito que sólo me alza un par de centímetros para luego retornarme bruscamente. Y los intentos, unos tras otros, hasta que mis rodillas se doblegan y crujen y lentamente se desdoblan como hojas de papel. La inmutable suerte de perder pedazos de mi cuerpo en el viento para unirme desdeñosamente con la fría ternura de una tierra moribunda. El miedo a lo conocido, al eventual deceso de la mente y la dependencia del ser, el paso acompañado y el temblor en las manos. La suerte no está echada, tal vez con el insistente impulso de mis piernas logre perderme en el vacío antes que mis miedos le ganen a la muerte.

martes, 18 de agosto de 2009

Sin título

Y a veces el dolor se escurre entre mis dedos, incluso cuanto más me aferro a él. Y él sólo se desplaza como las nubes, buscando saciar su sed. Nunca ha querido ser inquilino de alguien que lo invite. Prefiere sentarse fuera de las ventanas líquidas y sentirse vivir. Se aburre con facilidad, sale corriendo por los escondrijos en las calles, y cada tanto goteando por las canaletas de los techos tiene repentina inspiración. Se lanza al vacío, le llueve a alguien en la cabeza, una simple gota que altera el estado consciente del ser que hasta ese momento no vive. Cada tanto toma forma de rabia y pesa como el plomo en cada nudillo, se le oye resquebrajarse internamente, hasta que explota contra la faz de alguien que nunca lo quiso. Nadie es feliz con quien lo desea a su lado. Una boca grita pidiendo un golpe, pero no lo recibirá. No necesita ni quiere invitación, excepto de vez en cuando unas galletas con leche en el lindero de tus ojos.

lunes, 20 de julio de 2009

El Príncipe Negro

¿Hacia donde van tus alas? Del cielo gris entre las gotas blancas y los tintes amarillos caen Príncipes Negros, desenfundan las espadas mientras la gravedad los jala con desesperación hacia su seno. La reverenda madre abre su pecho para que sus pequeños hagan sus nidos allí. Las visiones se multiplican y las manos color azabache veneran a la madre, nunca la han de deshonrar, defecan unos sobre otros, sus desechos los llevan a cuestas, todo en el amplio caparazón de sus espaldas. La suciedad nunca toca su seno, no es de ahi que vienen, pero hacia ese punto se dirigen. Y sus clamores se elevan, retumbando en lo vacío del infinito. Eran a su semejanza y semejaban a su muerte. De entre la oscuridad la perlada sonrisa abría un espacio. 

Y un día la arena comenzó su decenso, el mismo cielo gris se las traía y la madre en su denudez se sofocaba, los granos entraban en su pecho a través de su boca y lentamente lo iban llenando como un reloj. Lentamente su piel empezó a erosionarse. Las llagas abiertas semejaban ríos de lava ardiente. Y de la arena se levantaban las criaturas, meros reptiles al comienzo, con sus lenguas bifurcadas y su caminar ondulante, reptaban hasta las llagas y lentamente saboreaban su salubridad, sus pieles de arena pronto empezaron a tomar forma, definiendose en el espacio con escamas blancas. Erguían sus cuellos y lentamente los dientes empezaban a alargarse, colmillos sedientos. El infierno había empezado, en verdad estas criaturas eran semejantes a su padre, decían semejarse a la vida; y los príncipes, que veneraban a la madre se dieron a su cuido, cerrando las llagas donde podían, defendiendo tortuosamente a la madre, empuñando sus espadas y decapitando a los reptiles. Los meses pasaban, la madre agonizaba y los blancos reptiles de la arena ya no lo eran más; escamas erguidas, alas de gran envergadura, y sobre todos los colmillos, todo blanco cegador.

El cielo tronaba y empujaba a sus pequeños a hacer más daño, los instaba con sus látigos de luz. Sus fauces babeaban de manera amenazante, carne era lo que querían. Y las batallas se libraban en el cenit de la noche, cuando su manto camuflaba a los príncipes, lo único que los delataba era el resplandecer de sus espadas mientras atravesaban la carne de los dragones blancos. Durante el día, los príncipes se guarecían entre sus caderas. Los que no pasaban a a ser aullidos de dolor mientras sus extremidades eran devoradas. 

No había un fin a la vista hasta que en un arranque de furia los cielos extendieron demasiado sus látigos de luz atravesando la vida de uno de los dragones. El creador jugaba con ellos, todos eran peones del rey. Pero el cielo moriría por su propia imprudencia.

jueves, 9 de julio de 2009

Culpa

Sostenerla entre mis brazos, acostado en el piso, cada introducción de oxígeno a mi cuerpo sube su cuerpecito. Escucha mis latidos mientras las palabras traen a mi mente imágenes de mundos lejanos y mudos, no sé siquiera si existen, no sé siquiera si alguien me escucha. Las noches se escurren entre los vértices del universo, pero la baraja en mi mano contiene más posibilidades. Están aquellos días en los que cada movimiento anónimo de mis músculos me hacen saber de su presencia a través del dolor. También hay los antagonismos que se producen entre mente y cuerpo. Los sentimientos los guardo arriba, pero eso no detiene que me acusen, que tomen sus dedos acusadores y los apunten en mi dirección. Cuando me mantengo en silencio entre el resoplar del viento de la planicie no oigo a los dioses, oigo aspas que con cada coletazo latiguean el aire a su alrededor. Avanzan en círculos y al fin se posan sobre mí. Me castigan pero no me llevan. Permiten que lo vea todo, que la gran cúspide de fuego en la que caen al suelo no me lastime pero si lo destruya a él. Muchas gracias por el aviso me dijo y con una sonrisa sarcástica murió aplastado. Soy una bestia con cuatro extremidades, el instinto supera el ser y ya no hay donde correr. Las llamas me envuelven retirando mis impurezas lentamente. Es hora de cerrar los ojos, o acaso abrirlos. Sigo en el piso, estoy gritando mientras su cuello flácido yace entre mis manos, los ojos que ruegan y la mirada de amor. Los dedos acusadores buscan mi dirección una vez más. Todo es una pesadilla dentro de otra. Nada es real, todo es incierto.

lunes, 1 de junio de 2009

Sueños de Morfeo

Resplandor de colores que atormentan nuestra existencia, vano concepto intangible de una ópera errática que canta nuestros errores. Pero, cantan sin letra, todo es sonido, música y grises que mueren sin la blanca letra que contraste. Quiero escribir la letra de esa canción, pero no quiero colores.

No quiero tus ojos biliosos ni tus amarillentas manos tocando lo que más deseo. Apartar el velo que cubre nuestras bocas e impide que gritemos la verdad mientras cielos carmesíes y azules praderas lo cubren y protegen de todo mal. Derribar el obelisco de su presencia y plantar un árbol que ensombrezca nuestros rostros, llevarnos a las sombras donde los tonos de grises nos cubren. Cubrirnos de hojas secas, muertas pero libres de sus ataduras en lo alto.
Mi mano se desliza por la mesa y no puedo borrar el olor a alcohol que lo inunda, o la fetidez de su mirada, ya no es mi hermano. Y no se si el impulso es negarlo para que sea más facil, pero desde que imprimió colores en el cielo, no descanso. El sueño ya no me invade y las palabras no vienen a mis manos. Desearía que de mis manos fluyeran las letras de la canción, pero ya no tengo tinta. Necesito que la tinta fluya.

Finalmente tomo la daga, la hundo en tu carne y mientras sale la sangre me decepciono, no quiero color en mi tinta. Ya no eres mi hermano.

lunes, 20 de abril de 2009

Alternancia

-Arbol hablo en patio, dijo poco segun herrero
-Permitame hablar roca antípoda del sol, el barco ha volado sin anclas a vapor.
-Puerta que saca alas corta monte descuidado
-Rana amarilla escupe y siembra sol. Tambien defeca estrellas que dan calor.
-Rima se tira desde techo y saluda de suelo a peatón.
-Matarile al maricón mexicano matón, salta migra salta, tengo balas de cartón.
-Pero imagina solución, tierra suave y hoja.
-Entierra dinosaurio, crece planta de diamante.
-Solo si arena agua suelta mesa de presión.
-Toma petroleo azul y vete enamorado de pajaros ahogados
-Reloj irritado celebrara dia mundial. Ornitorrinco en paz con sombra.
-Si le ponen vaselina, pampers usara mientras peluca burlona baila cumbia a su alrededor.
-Pata luz simula.
-Oh hermano donde estas canta carro abandonado. Perro orina en su rin y queda devastado.
-Rima ve peaton, no levanta mucho pero saluda.
-Insecto muerde cola de lagarto. Incesto declara pata quemada. Muere rima aplastada.
-Cucaracha ve desastre y descansa en tijera.
-Tempano de hielo mata campana rebelde. Solitario se siente espera barco.
-Fruta alegre muerde tecla.
-Vestido se rebela. En interiores andan todos.
-Lampara se niega, nada podremos hacer al respecto.
-Desenchufla el enchufle mueren penas en licor
-Foto se la toma en mar.
-Pero revela fotos en diario, salen con tinte amarillo.
-Camino se mueve en tiempo y negocia.
-Recuerda cuentos de antaño. Hansel y Gretel mueren de diabetes.


Esto es una conversación entre Luigi Esposito Jerez (www.cavernailustrada.blogspot.com) y William Weaver-Méndez

martes, 17 de marzo de 2009

La casa en el valle


Caminando entre montañas, árboles de tierra, tierra de hojas, treinta metros al cielo aterciopelado en el que navegan astros, recuerdos, fantasmas  y héroes, algunos caminan tranquilamente a sabiendas de que no hay prisa en llegar a ningún lugar. Otros como moscas que no se detienen en su lugar mas de un segundo. Patética visión, altares restaurados y el inevitable fin de todos a la vista. La carne podrida para las moscas somos nosotros.

Cada paso empieza a pesar, las cadenas de mi vida me detienen, hechas de segundos unidos los unos a los otros, cada nuevo segundo escarbando su camino a través de mi espalda hasta salir a la superficie y tomar su posición, pequeños garfios con los que se adhieren a mi piel, llagas que supuran agua, sangre y dioses.

Lento... cada vez más lenta pasa la vida... la muerte nunca llega, nunca me desgarra las cadenas en un grito final. Llueve, cada gota me impregna de un recuerdo y un color, no quiero recordar, solo colorear mi piel hasta fundirme con la aurora en el cielo y pasar desapercibido. Llego a la cima, el valle me espera abajo, si este era un punto alto en mi vida, que me espera en la honda depresión que veo delante mío, lenguas de fuego y abismos negros, sólo una luz. La casa en el valle tiene una luz.

Ominoso, onírico, o... nada. 

La casa gotea y cruje bajo mis pies, hay un hacha en la esquina. El filo me mira con ojos recelosos y se aparta, es pacífica. Cavernarias cabezas de mujeres adornan la pared, gestos ridículos, cuencas vacías y todo en paz. Todas muertas, ritual beso en la boca, cada una vaciando mi ser, pero hay demasiado de mí. La lluvia azota la casa, ululando canciones de antaño, la casa llora, las gotas caen del techo y gime de dolor. Me enfurece, no toma el castigo, no quiere sufrir como los demás pero esa no es su decisión. Sus gritos son cada vez más patéticos, es hora de hacer sufrir al animal, tomo el hacha, es hora de matar. La madera se parte ante el impacto, las astillas quedan suspendidas en el vacío, sus gritos son insoportables y solo la quiero matar más rapido. Tiro, jalo, no respiro ni una vez, destruyo, mato.

Ya no hay casa en el valle, pero se ve una en la colina.