sábado, 19 de septiembre de 2009

Persefoné

Cada noche el amo lo ensillaba. Las esterlinas ataduras y el sol que arrastraba. A través de los maizales el asno Persefoné avanzaba casco tras casco. El lamento de su fortuna era un relincho y en el lienzo negro del universo relucía, se quemaba, estallaba. Dejaba atrás mares y montañas, luces oscuras en una alegre tonada. Cuando al fin todo acababa era tiempo de dormir; pan, agua y paja para el mártir. A dormir.

Cada mañana el asno lo ensillaba.

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