domingo, 20 de septiembre de 2009

Viejito Astuto

Se sentaba en el barandal como cuando tenía cinco años, los pies colgando un metro por encima del suelo. Se había encogido con el pasar del tiempo, eso o el mundo a su alrededor se había hecho grande, aún no lo decidía. El barandal era su residencia algunos días, la mayor parte del tiempo la pasaba dormitando en el armario, acurrucado entre periódicos viejos y el incienso privado de olor. Siempre que lograba asomar su cabeza arrugada y deforme a través de su puerta, profería graznidos y sonrisas de placer al ver a los niños jugar en su jardín. Los números circulaban constantemente en su cabeza y cada tanto pedía una galleta salada. Hoy estaba en el barandal, se dejó ir de espaldas dando un golpe hueco cuando impactó con el suelo.  Pequeñas risas lo acompañaban, había sido un viaje divertido. Se incorporó sobre una pierna y saltando de una baldoza en su jardín a otra lo recorrió en su totalidad, saltaba sobre una pierna, era su rayuela. Lentamente tras de él se formo una fila de pequeños niños alabándolo en el arte de la imitación. Finalmente llegaron al columpio, se montó sobre uno y encerrando su cabeza bajo uno de sus brazos empezó a dormitar; los niños se sentían decepcionados, al parecer el juego había terminado. Se fueron corriendo a buscar un nuevo juguete, casi todos excepto uno. Éste pequeño se sentó frente al anciano que aún dormitaba en el columpio. Repentinamente apareció un ojo por encima del brazo, que lo observaba fijamente, el niño sonrió y la cabeza se descobijó. Nuevamente remontó la superficie la cabeza del anciano, durante unos minutos se observaron fijamente en una sonrisa de complicidad, hasta que el anciano tomó al niño en sus brazos y envolviéndose en una llamarada dejaron atrás sólo cenizas.

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