sábado, 12 de septiembre de 2009

Aullido

La suma de todos sus miedos era igual a una calabaza. Habían salido caminando en sus manos, los paralelismos que provocaban sus irresponsables actos acrobáticos lograba que sus extremidades se elongaran, pero todo seguía funcionando como relojería. Por las noches todo era in the blu of the nait, las gargantas que transpiraban melodías febriles de campesinos y los bosques que se llenaban de gigantes adormecidos. El murciélago revoloteaba en la canasta de frutas, mientras éstas jalaban las cobijas por encima de sus cabezas entre descargas de emoción femenina. Cuando dormía, la mano aparecía sin falanges apartando el pelo de su cara. Y entre los albores la marcha resumía su paso, altos y bajos, gordos y flacos, oblongos y refractantes, todos al son de algún pájaro itinerante. Pronto llegaron al lugar donde el cielo se confundía con la tierra, donde las vastas extensiones de azul obnubilan el sentimiento. La arena bajo sus manos, fugándose entre los hoyuelos. Con una fogata que calentara sus pies, y los aullidos a la luna escondida, ven mi amor le lloran. Y de los leños partidos toman la sabia que derrama, se la untan en sus cuerpos y corren en círculos ondulando todo el cuerpo, frenesí grotesco de animal común. Lentamente sus cuerpos se tornan rojos, con los poros engrandecidos y las dentaduras quebradas. A la mañana siguiente son sólo chispas en un fuego y moscas que ascienden a los cielos.

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