martes, 17 de marzo de 2009

La casa en el valle


Caminando entre montañas, árboles de tierra, tierra de hojas, treinta metros al cielo aterciopelado en el que navegan astros, recuerdos, fantasmas  y héroes, algunos caminan tranquilamente a sabiendas de que no hay prisa en llegar a ningún lugar. Otros como moscas que no se detienen en su lugar mas de un segundo. Patética visión, altares restaurados y el inevitable fin de todos a la vista. La carne podrida para las moscas somos nosotros.

Cada paso empieza a pesar, las cadenas de mi vida me detienen, hechas de segundos unidos los unos a los otros, cada nuevo segundo escarbando su camino a través de mi espalda hasta salir a la superficie y tomar su posición, pequeños garfios con los que se adhieren a mi piel, llagas que supuran agua, sangre y dioses.

Lento... cada vez más lenta pasa la vida... la muerte nunca llega, nunca me desgarra las cadenas en un grito final. Llueve, cada gota me impregna de un recuerdo y un color, no quiero recordar, solo colorear mi piel hasta fundirme con la aurora en el cielo y pasar desapercibido. Llego a la cima, el valle me espera abajo, si este era un punto alto en mi vida, que me espera en la honda depresión que veo delante mío, lenguas de fuego y abismos negros, sólo una luz. La casa en el valle tiene una luz.

Ominoso, onírico, o... nada. 

La casa gotea y cruje bajo mis pies, hay un hacha en la esquina. El filo me mira con ojos recelosos y se aparta, es pacífica. Cavernarias cabezas de mujeres adornan la pared, gestos ridículos, cuencas vacías y todo en paz. Todas muertas, ritual beso en la boca, cada una vaciando mi ser, pero hay demasiado de mí. La lluvia azota la casa, ululando canciones de antaño, la casa llora, las gotas caen del techo y gime de dolor. Me enfurece, no toma el castigo, no quiere sufrir como los demás pero esa no es su decisión. Sus gritos son cada vez más patéticos, es hora de hacer sufrir al animal, tomo el hacha, es hora de matar. La madera se parte ante el impacto, las astillas quedan suspendidas en el vacío, sus gritos son insoportables y solo la quiero matar más rapido. Tiro, jalo, no respiro ni una vez, destruyo, mato.

Ya no hay casa en el valle, pero se ve una en la colina.