lunes, 20 de julio de 2009

El Príncipe Negro

¿Hacia donde van tus alas? Del cielo gris entre las gotas blancas y los tintes amarillos caen Príncipes Negros, desenfundan las espadas mientras la gravedad los jala con desesperación hacia su seno. La reverenda madre abre su pecho para que sus pequeños hagan sus nidos allí. Las visiones se multiplican y las manos color azabache veneran a la madre, nunca la han de deshonrar, defecan unos sobre otros, sus desechos los llevan a cuestas, todo en el amplio caparazón de sus espaldas. La suciedad nunca toca su seno, no es de ahi que vienen, pero hacia ese punto se dirigen. Y sus clamores se elevan, retumbando en lo vacío del infinito. Eran a su semejanza y semejaban a su muerte. De entre la oscuridad la perlada sonrisa abría un espacio. 

Y un día la arena comenzó su decenso, el mismo cielo gris se las traía y la madre en su denudez se sofocaba, los granos entraban en su pecho a través de su boca y lentamente lo iban llenando como un reloj. Lentamente su piel empezó a erosionarse. Las llagas abiertas semejaban ríos de lava ardiente. Y de la arena se levantaban las criaturas, meros reptiles al comienzo, con sus lenguas bifurcadas y su caminar ondulante, reptaban hasta las llagas y lentamente saboreaban su salubridad, sus pieles de arena pronto empezaron a tomar forma, definiendose en el espacio con escamas blancas. Erguían sus cuellos y lentamente los dientes empezaban a alargarse, colmillos sedientos. El infierno había empezado, en verdad estas criaturas eran semejantes a su padre, decían semejarse a la vida; y los príncipes, que veneraban a la madre se dieron a su cuido, cerrando las llagas donde podían, defendiendo tortuosamente a la madre, empuñando sus espadas y decapitando a los reptiles. Los meses pasaban, la madre agonizaba y los blancos reptiles de la arena ya no lo eran más; escamas erguidas, alas de gran envergadura, y sobre todos los colmillos, todo blanco cegador.

El cielo tronaba y empujaba a sus pequeños a hacer más daño, los instaba con sus látigos de luz. Sus fauces babeaban de manera amenazante, carne era lo que querían. Y las batallas se libraban en el cenit de la noche, cuando su manto camuflaba a los príncipes, lo único que los delataba era el resplandecer de sus espadas mientras atravesaban la carne de los dragones blancos. Durante el día, los príncipes se guarecían entre sus caderas. Los que no pasaban a a ser aullidos de dolor mientras sus extremidades eran devoradas. 

No había un fin a la vista hasta que en un arranque de furia los cielos extendieron demasiado sus látigos de luz atravesando la vida de uno de los dragones. El creador jugaba con ellos, todos eran peones del rey. Pero el cielo moriría por su propia imprudencia.

jueves, 9 de julio de 2009

Culpa

Sostenerla entre mis brazos, acostado en el piso, cada introducción de oxígeno a mi cuerpo sube su cuerpecito. Escucha mis latidos mientras las palabras traen a mi mente imágenes de mundos lejanos y mudos, no sé siquiera si existen, no sé siquiera si alguien me escucha. Las noches se escurren entre los vértices del universo, pero la baraja en mi mano contiene más posibilidades. Están aquellos días en los que cada movimiento anónimo de mis músculos me hacen saber de su presencia a través del dolor. También hay los antagonismos que se producen entre mente y cuerpo. Los sentimientos los guardo arriba, pero eso no detiene que me acusen, que tomen sus dedos acusadores y los apunten en mi dirección. Cuando me mantengo en silencio entre el resoplar del viento de la planicie no oigo a los dioses, oigo aspas que con cada coletazo latiguean el aire a su alrededor. Avanzan en círculos y al fin se posan sobre mí. Me castigan pero no me llevan. Permiten que lo vea todo, que la gran cúspide de fuego en la que caen al suelo no me lastime pero si lo destruya a él. Muchas gracias por el aviso me dijo y con una sonrisa sarcástica murió aplastado. Soy una bestia con cuatro extremidades, el instinto supera el ser y ya no hay donde correr. Las llamas me envuelven retirando mis impurezas lentamente. Es hora de cerrar los ojos, o acaso abrirlos. Sigo en el piso, estoy gritando mientras su cuello flácido yace entre mis manos, los ojos que ruegan y la mirada de amor. Los dedos acusadores buscan mi dirección una vez más. Todo es una pesadilla dentro de otra. Nada es real, todo es incierto.