martes, 10 de noviembre de 2009

Reflejo invertido

La puerta se abrió lentamente, de entre la rendija apareció un vaso, suspendido a medio aire e invitándome a tomarlo. Su vidrio azulado no poseía ninguna calidad que apelara a mis sentidos. Regresé a ver la luvia cayendo a través de la ventana. El vaso cayó con un estruendo sobre el piso y en cada pedazo de vidrio extendido sobre la pulcra superficie podía ver mi reflejo. Una mujer solitaria, las piernas cruzadas sobre un sofá al lado de la ventana. El resto del cuarto se desdibujaba en mi memoria. Afuera cada gota que terminaba su vida contra mi ventana era un elíxir de neurotoxinas. Un morado perla que carcomía las entrañas de la ballena. Y el oleaje con las torres de agua que se elevaban al cielo. Un grito suspendido en el líquido amniótico y el presentimiento que eriza mi piel. El distinto tronar de los huesos del gato que se asoma a mi ventana. Su paso desangrante con el cual se derrite la piel, el hueso, el alma.

Aquella mañana me había referido a libros de causas perdidas pero no hallé ni la foto ni el espejo que buscaba . Estaba sola entre los renglones y cada nuevo milímetro de hoja me aplastaba un poco más. La fuerza sobrehumana que hacía de mis brazos los pilares de tu vida y que lentamente se hundieron en el ácido para sacarte de una miseria. Una cuna en el rincón del cuarto que no se mece en el viento, el que sopla mis lágrimas y levanta el pelo. Pero, nunca sabía lo que esperar de la ventana, ni la puerta, ni el vidrio, ni de mí, sólo buscaba en la blancura el consuelo de haberme escapado. Saber que no recuerdo nada porque nunca hubo nada que recordar.

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